Qué leyendas hay en La Rioja

«Chaya era una india muy bella que se enamoró perdidamente de Pujllay, un Dios pequeño, joven, alegre, travieso y mujeriego. La bella joven Chaya, al no ser correspondida adecuadamente, salió al monte a plañir sus penas y desventuras de amor, desapareciendo allí.

La vida del vino que fluye

Artículo: Antonio Egido

Guerra de Clavijo (La Rioja)

En los límites del término municipal Monte Laturce Sienta , donde, parece ser, sucedió en el siglo IX la conocida guerra de Clavijo, entre los capítulos mucho más insignes de la Reconquista y que cambió el rumbo de la historia del país. No obstante, esta guerra fué cuestionada por especialistas en la materia. Sea cierto o no, todo cuanto allí pasó fue el principio del fin del poder musulmán en la Península.

Según la tradición, fue en el año 814 en el momento en que el emir de Córdoba, Abderramán, solicitó a Ramiro I, rey de Asturias, ‘honrar a la primera doncella’ de Mauregato (fallecido en 789), asimismo rey de Asturias, hijo de Alfonso I el Grande y ciervo moro. El propósito de esta demanda era intentar sostener la neutralidad entre ámbas facciones.

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La temporada de la gloriosa Reconciliación De españa, en el momento en que los cristianos lucharon infatigablemente contra la invasión de los árabes, para vencer a los contrincantes de los Desterrada la fe, los fieles soldados que tuvieron la fortuna de ser apresados ​​por los moriscos como presos invocaron a Beato Domingo de la Calzada, letrado de los cautivos, que con su intercesión los liberó prodigiosamente de sus cadenas, los liberó de sus lúgubres calabozos y les devolvió la vida. independencia. De esta manera lo afirman los varios anillos y cadenas de hierro que colgaban de los muros del monasterio, para probar a las generaciones futuras los milagros que San actuaba en pos de los soldados cristianos.

Sucedió en una amarga pelea que sucedió en tierras de Castilla, en La Rioja, entre cristianos y moriscos, un soldado español que tuvo una enorme vida y un enorme sentido de conciencia fue su preso. El preso fue llevado al campamento moro y encerrado en un obscuro calabozo; entonces le anudaron el cuello, las manos y los pies con gruesos anillos de hierro, cerraron la puerta de la prisión con fuertes cerrojos y pusieron guardas a fin de que el reo no pudiese huír.

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